Fiel a sus deberes sacramentales, el padre Sanabria habría continuado con la misa si no fuera porque la mayoría de sus asistentes ya estaban susurrando entre sí y hurgaban con la mirada bajo el púlpito, tratando de entender aquel sonido invasor que no pretendía detenerse.
Resignado, el Padre cubrió la hostia en la mesa, se acercó al púlpito e indicó tranquilamente:
—Lean Juan 19:38. Los invito a unos minutos de reflexión y adoración a Dios.